Biografía: Cineasta germano-estadounidense de origen judío, de verdadero nombre Hans Brahm. Nacido en Hamburgo (Alemania), la vinculación de su familia al medio teatral posibilitaría su vocación postrera: sobrino de un importante productor teatral, llegará a ser notable director de escena, interviniendo además en dos oscuras películas como ayudante de dirección. Pero la subida en 1934 del nazismo al poder truncará su carrera teatral, abandonando en consecuencia el país y trasladándose a Gran Bretaña, donde pasó a desempeñar el puesto de director de producción antes de debutar como director de largometrajes con ‘Broken Blossoms’ (1936), ignota nueva versión del celebérrimo clásico de David Wark Griffith. Así y todo, su experiencia británica iba a resultar efímera, marchando al año siguiente a Hollywood como realizador de filmes de serie B; allí dirigirá algunos trabajos de aprendizaje más o menos logrados antes de firmar sus primeras películas significativas, ya en la década siguiente: ‘Vidas sin rumbo’ (1941), ‘Por fin se decidió’ (1943), ‘Semilla de odio’ (1944). Estos trabajos, relativamente anodinos por lo demás, no le impedirán abrazar durante el bienio 1944-1945 la más plena, e inesperada, inspiración: en efecto y fuera de toda duda, las obras maestras de Brahm son ‘Jack el destripador’ (1944) y ‘Concierto macabro’ (1945), magníficas realizaciones protagonizadas por Laird Cregar y fotografiadas por Lucien Ballard y Joseph LaShelle, respectivamente: la primera es una reconstrucción tan hábil como poética de las andanzas del mítico destripador londinense; todavía más redondeada y asumida, ‘Concierto macabro’ contiene el mejor trabajo de puesta en escena del director, con una secuencia tan absolutamente genial como la que cierra el filme, con el protagonista, un atormentado pianista-asesino, ejecutando su último concierto en medio de un auditorio en llamas. Dominadas por un trabajo fotográfico de estética expresionista, sendas incursiones exploran atmósferas amenazantes con inusitada precisión, haciendo hincapié en algunos elementos inquietantes -la niebla y la noche en ‘Jack el destripador’, el fuego en ‘Concierto macabro’-, denotando una voluntad de estilo que, en cualquier caso, no volvería a mostrar el cineasta. El resto de su filmografía es en extremo desigual, y al relativo desconocimiento de la misma, parcialmente olvidada, cabe sumar su progresiva sumisión a lo trivial: destacaremos únicamente ‘La huella de un recuerdo’ (1946), su último film importante, que junto a ‘Jack el destripador’ y ‘Concierto macabro’ completa una hipotética -aunque evidente- trilogía sobre la psicopatía criminal; ‘Una vida y un amor’ (1947), con Ava Gardner; ‘La Atlántida’ (1948), adaptación de una novela de Pierre Benoît codirigida junto a otros directores; ‘El ladrón de Venecia’ (1950), irrelevante film de aventuras, como el anterior al servicio de la llamada Reina del Technicolor, Maria Montez, en su último papel; ‘El mensaje de Fátima’ (1952), interesante aunque inconsistente aproximación al referido hecho milagroso; y ‘El Mago Asesino’ (1954), inútil contribución al cine de terror. Sus últimos y prolíficos años en activo -su retiro no tuvo lugar hasta 1966- los centraría en la realización televisiva, empero como mero destajista.